¿Te imaginas poder descargar todo el catálogo de Netflix o toda la Wikipedia en inglés diez mil veces en un segundo? Aunque parezca ciencia ficción salida de una keynote de Starlink o un sueño húmedo de los ingenieros de Google Fiber, lo cierto es que esa velocidad ya es una realidad gracias a los investigadores del Instituto Nacional de Tecnología de la Información y las Comunicaciones de Japón (NICT).
La velocidad más rápida jamás registrada: 1,02 Petabits por segundo
El impresionante hito se traduce en una velocidad de 1,02 Petabits por segundo, una cifra tan colosal que cuesta ponerla en perspectiva. Un Petabit equivale a mil billones de bits, o lo que es lo mismo, un millón de millones de Megabits. Para hacernos una idea más concreta, esta hazaña supera en 3,5 millones de veces la velocidad media de conexión en Estados Unidos, y en nada menos que 16 millones la media en la India. Sí, has leído bien: millones.
Tan desorbitado caudal de datos fue transmitido a través de una distancia de 1.808 kilómetros, lo que equivale aproximadamente a unir ciudades como Sevilla y Berlín. Esta proeza fue posible gracias al uso de fibra óptica multicore de 19 núcleos, diseñada por Sumitomo Electric y del mismo tamaño (0,125 mm de diámetro) que los cables que ya están desplegados por todo el mundo. En otras palabras: no hace falta cambiar toda la infraestructura actual para alcanzar esta velocidad de vértigo.
Tecnología geek al servicio del futuro digital
La configuración experimental consistía en un sistema que enviaba los datos a través de 19 circuitos de bucle, cada uno de 86,1 km, repetidos 21 veces. Resultado: una superautopista de 180 flujos de datos viajando simultáneamente, llevando el rendimiento a un máximo de 1,86 exabits por segundo por kilómetro. Todo esto sin recurrir a componentes excesivamente exóticos o inalcanzables, lo que demuestra que la tecnología utilizada es altamente escalable y compatible con lo que ya usamos.
La implicación de esta velocidad no es solo batir récords —aunque eso siempre mola—, sino pavimentar el camino hacia una nueva era de conectividad. Imagina una red capaz de soportar transmisiones en 8K, cargas instantáneas en la nube o entornos de trabajo colaborativo en tiempo real con cientos de participantes, todo sin lag ni buffering eterno. ¿Queda lejos ese futuro? No tanto como pensamos.
Y es que, según la ley de Nielsen —una especie de “Moore de las redes”—, la conexión promedio de un usuario avanzado se duplica cada 21 meses. Si hoy muchos de nosotros tenemos conexiones de 1 Gigabit por segundo, en una década podríamos hablar de canales domésticos de 10 Gbps o más. Este tipo de avances, como el logrado por el NICT, son claves para que esa evolución no colapse ante la creciente demanda digital.
Más allá de un récord: impacto global en la infraestructura actual
A diferencia de otras innovaciones que exigen sustituir toda la red desde cero, el experimento japonés se diseñó pensando en la integración con lo que ya tenemos. La fibra utilizada tiene el mismo grosor que las actuales y podría instalarse aprovechando la infraestructura de los cerca de 1,4 millones de kilómetros de cables submarinos que conectan el mundo. Y ojo, porque hablamos de una tecnología que incluso funciona sobre distancias extremas sin perder eficacia.
Esta eficiencia respecto al hardware ya existente no solo reduce drásticamente los costes de implementación, sino que también acelera los plazos con los que podríamos ver estas velocidades trasladarse al uso comercial. Aunque de momento no hay una fecha concreta para su despliegue masivo, el experimento es un adelanto brutal de lo que está por venir.
En un mundo cada vez más dependiente de servicios como el streaming, el cloud computing y la inteligencia artificial, donde hasta los videojuegos en la nube tipo NVIDIA GeForce Now o Xbox Cloud Gaming exigen latencias mínimas y anchos de banda monstruosos, romper límites de velocidad como este no es solo un récord: es una necesidad.
Así que ya sabes, la próxima vez que tu conexión tarde cinco minutos en cargar un vídeo en 4K, recuerda que en algún punto de Japón, un equipo de ingenieros ha hecho que ese vídeo —y miles más— puedan descargarse en menos de lo que tarda en sonar una notificación en tu smartwatch.